domingo, 27 de abril de 2008

Las historias de Mari Jade - Casualidad 3

La Disyuntiva de la Empanada

Hola amigos y amigas; otra vez por acá, para tener con ustedes una casualidad más en común: historias cotidianas con algo de sal y pimienta.

Como todos saben, mi vida es... un desastre...

¡No! Jajajajaja...eso es lo que se nos escapa de una a las treintañeras que todavía estamos en la lucha por atrapar y apuñalar con un cuchillo sin filo a la que inventó el concepto de Príncipe Azul....; en verdad, mi vida es una felicidad desastrosa, que es muy diferente.


Pero vamos a lo que les quería decir: como ustedes saben, mi vida es andar de aquí para allá llevando y trayendo papelitos que – dicen – son como plata, y lo hago a pata, pues mis viáticos prefiero invertirlos en comida, ya que me gusta almorzar y cenar bien.


En este contexto, vale decir que Retiro es uno de los barrios más difíciles para ambas cosas: caminar y comer rico y barato.



Afortunadamente, lo conozco como la palma de mi mano, porque hace años tenía un novio en Villa Pueyrredón, que tomaba el tren todos los días, ida y vuelta.



En Retiro (el “alto” y “el bajo”) hay pocos lugares para comer pero algunos de ellos son tan singulares y/o preferidos, que vale la pena tenerlos muy en cuenta. Les voy a contar hoy lo que me pasó –por casualidad- en un lugar lindo de la calle Esmeralda y Libertador, llamado “Cosas Nuestras”; comida criolla sin pretensiones pero bien hecha; humita en chala sin más vueltas ni verso que entrar, pedirla, esperarla, comerla y quemarse (inevitable).



Lugar lindito, siempre apretado, tinajas en las paredes y cocina escondida (como todas, bah!).
Un día (medio) voy a almorzar allí y me encuentro con viejos amigos conocidos de nuestra época dorada de cadetería peatonal – y no del motoquerismo burgués y mercenario actual - ; años de oro, con la diferencia de que ellos ahora son profesionales, y mamá no...; pero bueno, esa es otra historia, como la del Asesinato de Príncipe Azul.



Entro y como ya estaban en una mesita de 4, me sumo en la punta. Como con ellos no tengo que caretear – porque casi me parieron, me junan y son los que me pusieron “la Jade” – pido una humita en chala y opto por un placer propio, íntimo y que encanta: una botellita personal de Trapiche Sauvignon Blanc, bien frío.



Charlamos de variedades, amagamos con repetir historias irrepetibles (porque estamos ya demasiado grandes) y disfrutamos de la buena compañía de quienes no son amigos, pero actúan juntos como si lo fueran.

En eso, casi simultáneamente, la moza a) trae mi vinito, b) me dice que le humita “se va a demorar un poco” (en este lugar siempre lo dicen “después”) y c) deja el pedido previo de empanadas que mis amigos ya habían realizado, por haber venido antes.

Me ofrecen entonces una empanada de carne, mientras estoy por girar la rosca de mi blanquito.
¡Qué momento! ¡La ortodoxia dice que las empanadas de carne van con tinto, pero yo deseo disfrutar el blanco con mi humita!
¿Cambiar a tiempo? ¿Pedir, además, un tinto?

Nada de eso; eso es de revistas y libros. Acepto la empanada – frita, jugosa, rica, caliente – y pido a la moza unas rodajitas de limón.
Así – bien a la tucumana – se muerde la punta de la empanada y se le echa un chorrito de limón al interior. La combinación de sabores es muy buena, y vino ideal para que el Sauvignon Blanc – un vino color amarillo verdoso, perfumado, cítrico, rico, con presencia pero delicado – se bancara la contundencia del relleno carnívoro.

A partir de ahí, todo fue charla, risa y recuerdo en esa mesa; y hasta nos sacamos unas fotitos. Cuando llegó la humita todavía me quedaba media botellita de Blanco; y ahora sí: la combinación entre la tersura cremosa y dulce de la humita y la acidez y frescura del Sauvignon fue para recordar durante mucho; como nuestro encuentro...




Mary

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