domingo, 27 de abril de 2008

Las historias de Mari Jade - Casualidad 3

La Disyuntiva de la Empanada

Hola amigos y amigas; otra vez por acá, para tener con ustedes una casualidad más en común: historias cotidianas con algo de sal y pimienta.

Como todos saben, mi vida es... un desastre...

¡No! Jajajajaja...eso es lo que se nos escapa de una a las treintañeras que todavía estamos en la lucha por atrapar y apuñalar con un cuchillo sin filo a la que inventó el concepto de Príncipe Azul....; en verdad, mi vida es una felicidad desastrosa, que es muy diferente.


Pero vamos a lo que les quería decir: como ustedes saben, mi vida es andar de aquí para allá llevando y trayendo papelitos que – dicen – son como plata, y lo hago a pata, pues mis viáticos prefiero invertirlos en comida, ya que me gusta almorzar y cenar bien.


En este contexto, vale decir que Retiro es uno de los barrios más difíciles para ambas cosas: caminar y comer rico y barato.



Afortunadamente, lo conozco como la palma de mi mano, porque hace años tenía un novio en Villa Pueyrredón, que tomaba el tren todos los días, ida y vuelta.



En Retiro (el “alto” y “el bajo”) hay pocos lugares para comer pero algunos de ellos son tan singulares y/o preferidos, que vale la pena tenerlos muy en cuenta. Les voy a contar hoy lo que me pasó –por casualidad- en un lugar lindo de la calle Esmeralda y Libertador, llamado “Cosas Nuestras”; comida criolla sin pretensiones pero bien hecha; humita en chala sin más vueltas ni verso que entrar, pedirla, esperarla, comerla y quemarse (inevitable).



Lugar lindito, siempre apretado, tinajas en las paredes y cocina escondida (como todas, bah!).
Un día (medio) voy a almorzar allí y me encuentro con viejos amigos conocidos de nuestra época dorada de cadetería peatonal – y no del motoquerismo burgués y mercenario actual - ; años de oro, con la diferencia de que ellos ahora son profesionales, y mamá no...; pero bueno, esa es otra historia, como la del Asesinato de Príncipe Azul.



Entro y como ya estaban en una mesita de 4, me sumo en la punta. Como con ellos no tengo que caretear – porque casi me parieron, me junan y son los que me pusieron “la Jade” – pido una humita en chala y opto por un placer propio, íntimo y que encanta: una botellita personal de Trapiche Sauvignon Blanc, bien frío.



Charlamos de variedades, amagamos con repetir historias irrepetibles (porque estamos ya demasiado grandes) y disfrutamos de la buena compañía de quienes no son amigos, pero actúan juntos como si lo fueran.

En eso, casi simultáneamente, la moza a) trae mi vinito, b) me dice que le humita “se va a demorar un poco” (en este lugar siempre lo dicen “después”) y c) deja el pedido previo de empanadas que mis amigos ya habían realizado, por haber venido antes.

Me ofrecen entonces una empanada de carne, mientras estoy por girar la rosca de mi blanquito.
¡Qué momento! ¡La ortodoxia dice que las empanadas de carne van con tinto, pero yo deseo disfrutar el blanco con mi humita!
¿Cambiar a tiempo? ¿Pedir, además, un tinto?

Nada de eso; eso es de revistas y libros. Acepto la empanada – frita, jugosa, rica, caliente – y pido a la moza unas rodajitas de limón.
Así – bien a la tucumana – se muerde la punta de la empanada y se le echa un chorrito de limón al interior. La combinación de sabores es muy buena, y vino ideal para que el Sauvignon Blanc – un vino color amarillo verdoso, perfumado, cítrico, rico, con presencia pero delicado – se bancara la contundencia del relleno carnívoro.

A partir de ahí, todo fue charla, risa y recuerdo en esa mesa; y hasta nos sacamos unas fotitos. Cuando llegó la humita todavía me quedaba media botellita de Blanco; y ahora sí: la combinación entre la tersura cremosa y dulce de la humita y la acidez y frescura del Sauvignon fue para recordar durante mucho; como nuestro encuentro...




Mary

martes, 22 de abril de 2008

Vino y Amistad: Cuatro Escalones

Cuatro Escalones

Un asado entre amigos es también - también, como agregado que se suma a todo lo otro que significa estar entre amigos: alegría, incoherencia desvergonzada, amistad mineral” (“pura, de montaña, sin aditivos...”), paz de sábado para los vejetes de 40, charla fácil e inconclusa, porque así debe serlo entre hermanos, y etcétera, etcétera – una oportunidad de degustar mientras se come y se amista (del verbo “amistar”: aprofundar el alma)

En este caso fue lo que yo denomino un asado (para mi hay 4 categorías: 1.-asadito: rápido, mata -hambre, chiquito, de pocos cortes; asado: preparado, planificado, directo, convencional con onda, asadizo: mezcla perfecta entre asadazo y asadito – mi preferido- ; y asadazo: para las grande jornadas, en manos de grande asadores, esos que te hacen un asado en una maceta...) bien provisto y mejor realizado; y lo acompañamos con un perfecto Cuatro Escalones: 4 tintos que aparecieron sin pre -visión ni pre-meditación, sino sobre la marcha de lo que cada uno había traido o tenía en casa.

Primero fue un Uxmal, Malbec, de Bodegas Uxmal (Catena), un vino de 7 puntos en la SD: rico, suave, corto pero cumplidor, color rubí apagado (sin el “supuesto” azul típico del malbec), preferido aunque jaqueado por tanta oferta rica y barata dando vueltas; debe mantenerse erguido o lo pasan; hoy, se prefiere. Acompañó muy bien la picada inicial y el primer bocado de choricitos ricos.

Primer escalón hacia la luna – paraíso. Seguía ahora un plato fuerte: un Malbec 2004 de La Azul, bodega pequeña y esquiva de encontrar en góndolas. Había dormido bien y al fresco, pero estaba como apagado; correcto, sí, pero apagado. Un alumno con el guardapolvo blanco y planchado como una vela, impecable, pero sin glamour.


8 puntos en el SD, pero ahí, acompañando al filo el vacío crocante y a la vez jugoso, combinación que nunca – nunca – los gringos van a entender.



Estábamos un escalón más, aunque apenas, y apareció el topa-topa: Terrazas Malbec (Bodegas Terrazas, ergo, Chandón), 2006. Un vino rico, rico de verdad. Nos elevó por suerte y color, y taninos suaves, y presencia de boca y gusto inconfundible.
Es lo que tienen de ventaja los vinos que siempre se parecen a sí mismos, como las mujeres que siempre – siempre – besan apasionadas: son preferidas frente a otras más producidas.



El Terrazas subyuga, y por eso es el vino argentino más vendido en Brasil (dato comprobado personalmente en el 2007) y acompañó la bondiola y las mollejas como se debe.
Son 9 puntos en el SD y diferente de la Azul: este le gusta a todos.



Termina el asado, se cruzan los cubiertos pero no las copas: “¿que más hay?” se escucha como implorando.

Afortunadamente, aún queda un escalón. Un cierre distinto con un Callia Tannat, opción inconcebible en cualquier casa, menos en la de un “tanatero”, como mi amigo anfitrión.


Aroma imposible de confundir (“olor a dope”, dice la jerga, y algo de eso hay...), presente, vigoroso pero no astringente, bien hecho, sabor inconfundible, guste o no, y por eso son 8 puntos en el SD.

Un cierre diferente, no de lujo, pero sí diferente para un momento común.

Qué bárbaro: el lujo a la mierda y lo común y lo diferente en un solo bolsillo; vino, asado y amistad.



León Garcia

sábado, 19 de abril de 2008

VINITO 3 – Cuarto de Milla - BLANCO

Cuarto de Milla – BLANCO – Bodega Finca La Anita – Chardonnay / Semillón – S/A - $18.50 en Jumbo, tomado el 10/04/08 en casa

Color dorado, no oxidado pero si en evolución.
Rico, mucho aroma Chardonnay pero sin correlato mantecoso, sino más bien fresco, aunque sin vivacidad.
Acompañó fielmente un “piqué” de Jamón del Diablo Swift (¿se acuerda cuando el Jamón del Diablo “La Rural” venía en una latita envuelta en papel amarillo? ¡Era buenísimo!) y posteriormente unos ravioles a la crema con hongos de tierra, Boletus, frescos.

El vino como conjunto es sabroso, bien hecho, técnicamente impecable.

Pero si el Semillón está en la base, se respeta como un colchón amigable allá en el fondo de la estructura, pero no se siente como una sábana limpia: le falta presencia en boca.

Es un vino que tiene todas estas virtudes y 4 defectos: no es popularmente conocido, no tiene año de cosecha, el precio y su alta graduación alcohólica (14,5 %) que es demasiado para un vino tan gustoso, que invita a una segunda botella.

Al no tener mucha rotación, la falta de año hace que uno dude frente a la góndola.
Me encantaría volver a probar otro, sabiendo que es del año.

8 Puntos en el SD: vino con evidentes matices de calidad, me guste más o menos. Este queda esperando revanchas.

viernes, 18 de abril de 2008

Vinitos 2 - Cuesta del Madero BLANCO

Volvemos sobre el BLANCO Cuesta del Madero, de Bodegas San Telmo, no dice la cepa (presumiblemente Chardonnay – Chenín), sin año de cosecha, $11 en Jumbo.


7 Puntos en el SD: Preferido - De Calidad Media, pero sabor elegido.


No vamos a venir justo acá a descubrir la pólvora de un vino más conocido que el Obelisco. Pero como la idea de NEPENTE es compartir aquello que tomamos; puesto que lo tomamos, lo compartimos.


Es un blanco que me gusta mucho, campeón en la maratón PCV, en la que muchos mancan a medio camino: Precio – Calidad –Versatilidad.


Lo tomé 2 veces en la semana del 07/04/08, un poco por gusto borracheril, un poco por “autodesconfianza sensorial”, es decir, para saber si la segunda vez me iba a saber tan rico como me pareció en la primera. Y así fue.

En casa, fue primero acompañando ideal un “piqué” ante cena de criollitas con pategrás Sancor y queso fresco de cáscara bien harinosa; más con el segundo que con el primero, pero siempre bien.
Es refrescante, jugoso, con levísima acidez pero curiosamente, seco y frutado a la vez, en rara armonía.

El color es verde amarillento que, por previsible, genera alegría y tranquilidad .


Aguanté todo lo que pude y dejé ¾ e botella para la cena. La comida era milanesas de pollo horneadas, secas como lengua de loro, revividas en el plato con jugo de limón Minerva y mayonesa Hellmans.


Allí hice con el Cuesta el siguiente experimento: serví una jarrita de ¼ litro a temperatura fresca para dejar en la mesa y metí la botella tapada en la heladera.


Este es un juego para hacer con cualquier vino; y ¿para qué?: para comprobar la intensidad aromática y comparar cómo a uno le gusta más, especialmente el blanco, pero también el Rosado y el Tinto liviano; si FRA-FRE o FRI; es decir: FREsco, FRIo o FRAppé.


En este caso la diferencia de aromas no es tan notoria.


Vale remarcar que el Cuesta del Madero – como otros blancos baratones pero queridos – tiene ese “aroma a vino blanco tres cuartos” que nos recuerda a los primeros vinos que tomamos de chicos. Es el aroma del Chenín, que en mi nariz tanto queda y gusta, y me ha hecho amar la variedad, olvidada hoy por los varietalistas- fashion –exportadores –garcas.
Pero ya volverán esos aromas.


Al sacar la botella ya fría de la heladera y probarlos juntos, la diferencia entre FREsco y FRIo, en los aromas no es tan notoria; pero sí en el gusto; en la (leve) “aguja”; al combinarlo con las secas milanesas el FRIo combinó mejor, se comportó más refrescante.

Brevemente, la otra vez que lo probé en la semana fue con un aceptable filet de merluza a la romana en La Madeleine, de Av. Santa Fé y Callao, buffet pasable para almuerzos de trabajo céntricos.



Allí se comportó igualmente fresco, con una no menor ventaja: la botellita individual de 375 que está en todos los boliches, signo de que el Cuesta es popular, y que viene muy bien para almorzar con vino y no morir con una de 750 en los hombros de la tarde.


La miniatura – FREsca –acompañó impecablemente el suave y tibio filet, mirada de reojo por los compañeros de trabajo, falsos abstemios todos y cada uno.


El Cuesta del Madero Blanco es un vinito que todos conocen y, por eso, valía la pena seguir comentándolo y recomendándolo.

León Garcia

miércoles, 16 de abril de 2008

Nuestro Sistema David

EL SISTEMA DAVID


Tomando como base la nota sobre los Sistemas de Calificación del Vino, y puesto que todos pretenden la imposibilidad de combinar Subjetividad y Objetividad con mayor o menor acierto, desde NEPENTE no seremos menos y vamos a proponer - y utilizar - un sistema de calificación propio: el Sistema David, tan ridículo como todos los demás, pero al menos más entrañable.David era mi tío paterno, un personaje familiar. Fue el que me enseñó no a tomar vino, sino algo mucho más importante: que el vino puede tomarse.


Él tenía una forma muy personal y efectiva de calificación de los vinos que bebía diaramente, basada en una escala de 3 puntajes, que aplicaba con maestría: 1.: "malo, lo tomo igual"; 2.: "buen vinito"; 3.: "me muero".


No vamos a plagiar semejante clarividencia, pero si plantear un sistema en su honor basado en lo que la gente expresa; lo que popularmente (o no tanto) se argumenta para calificar aquello que se toma.




Con este Sistema puntuaremos a los vinitos probados en NEPENTE

sábado, 12 de abril de 2008

Los Sistemas de Calificación de Vinos

Recogemos esta muy buena nota publicada ya hace un tiempo.

NUMEROS PARA TODOS LOS GUSTOS
Un repaso a los sistemas de calificación de vinos

JENS RIIS

Hace poco en una cata particular entre amigos, restauradores y sumilleres de Madrid, uno de los participantes comentaba: "¿Por qué [en elmundovino.com] utilizáis el sistema de los 20 puntos?
Ya me he hecho con el sistema de 10 y resulta un poco confuso". Al fin al acabo, cada medio adopta o inventa el sistema de clasificación que cree mejor para dejar las cosas claras, pero toda esta variedad de puntos, estrellas, racimos, copitas, etcétera también puede distorsionar y emborronar la percepción del consumidor. Hoy en día, las puntuaciones afectan directamente las fortunas de las bodegas del mundo entero y merece la pena echar un vistazo a los sistemas, sus orígenes, su historia y su papel en la actualidad vinícola.

Según el especialista y experto catador californiano, Jason Brandt Lewis, el origen de los sistemas numéricos actuales data del año 1959 y los trabajos de los profesores Maynard A. Amerine y Vernon L. Singleton de la Universidad de California en Davis. El sistema de 20 puntos desarrollado por Amerine y Singleton no iba destinado al uso público, sino que fue un ejercicio académico/técnico para intentar evaluar vinos de una manera puramente objetiva. El método original ideado por estos investigadores de UC Davis, Meca de la enología norteamericana, daba un máximo de 20 puntos usando la 'ficha Davis':

A la vista : turbio=0, limpio=1, brillante=2
Color : defectuso=0, ligeramente defectuoso=1, correcto=2
Aroma y buqué : vinoso=1, claro pero no varietal=2, varietal=3 o 4 [restar 1-2 puntos para aromas defectuosas, añadir 1 punto para buqué de botella]
Volátil : obvio=0, poco=1, nulo=2
Acidez total : demasiado alto/bajo según tipo=0, ligeramente defectuoso=1, normal=2
Dulzor : demasiado alto/bajo según tipo=0, normal=1
Cuerpo : demasiado alto/bajo según tipo=0, normal=1
Sabor : defectuso=0, ligeramente defectuoso=1, deseable para el tipo=2
Amargor/astringencia : elevado=0, ligeramente elevado=1, normal=2
Calidad general : nula=0, un poco=1, impresionante=2

¿Todo a 100?

Todo empezó con 'la ficha Davis', pero hoy nadie duda de que las puntuaciones de las publicaciones más relevantes como 'The Wine Advocate' de Robert Parker, 'International Wine Cellar', de Stephen Tanzer, 'Wine Spectator', 'Decanter', 'Wine', 'Vinum', 'La Revue du Vin de France', WineToday.com y nuestro propio elmundovino.com, no son tan sistemáticas ni objetivas cómo pretendían Amerine y Singleton, sino más bien subjetivas y reflejan los gustos e interpretaciones personales del catador o catadores. Es lógico. No se trata de una evaluación científica, sino cualitativa y organoléptica, y eso implica -necesaria y deseablemente, incluso- la subjetividad.

Tras la iniciativa de Robert Parker, el sistema de 100 puntos es hoy muy frecuente en el escenario internacional. Parker, 'Wine Spectator', Tanzer, José Peñín y otros lo emplean. O, al menos, emplean sistemas sobre 100 puntos que, en fin de cuentas, pueden ser muy diferentes entre sí: no olvidemos que para Parker, Tanzer o WS un 50/100 equivale a un cero mondo y lirondo, mientras que en la principal revista gastronómica española, 'Sobremesa', se va verdaderamente de cero a 100. El sistema Parker está inspirado en el método norteamericano de calificación de los exámenes escolares, en el que un 70% de acierto es el límite del fracaso y un 100% la perfección absoluta. La puntuación Parker tiene un importante defecto, según Brandt Lewis: "El número de puntos que recibe un vino está normalmente basado en cómo queda el vino en comparación con otros vinos 'memorables' que el autor ha catado previamente, con lo que cada vez que prueba un vino 'perfecto' o 'casi perfecto', el listón sube... inflando el propio sistema de puntuación".

Las alternativas ¿Cuál es el mejor sistema?

Desde el principio, elmundovino.com ha optado por el sistema de puntuación europeo de 20 puntos, a partir del que introdujesen la revista y la guía francesas 'Gault-Millau' muchos años antes (1970) de que nadie empezase a utilizar los números para calificar, primero, los restaurantes, y más tarde, los vinos. Se inspiraban ya, como más tarde Parker, en el sistema escolar... francés, en este caso. En nuestra escala -que incluye los medios puntos y se convierte, así, en una escala bastante detallada con un máximo teórico de 40 notas diferentes- se califican los vinos de la siguiente manera:

19 y 20 Vino extraordinario, de clase mundial por su hondura, complejidad y potencial longevidad.
18 y 17 Gran vino en todos los sentidos. Un clásico.
16 y 15 Muy buen vino con equilibrio, fruta y estructura notables.
14 y 13 Un buen vino, por encima de la media
12, 11 y 10 Vino correcto.
,,, y en realidad los demás pretenden algo similar: primero situar cada vino en la categoría adecuada (según sus criterios) y después ofrecer suficiente "granularidad" para diferenciar los vinos dentro de su categoría.

Como siempre, por su enorme influencia en el mercado, el más polémico sigue siendo Robert M. Parker, Jr. Como bien explica Brandt Lewis, "El sistema de 100 puntos no empezó con Robert Parker y The Wine Advocate , cuyo método no tiene ninguna pretensión de ser objetivo. Es puramente hedonista y totalmente arbitrario". Como hemos explicado, el sistema Parker se basa en 100 puntos, pero como nunca se puntúa por debajo de 50, resulta ser un sistema de 50 puntos técnicamente 'útiles' y como en la práctica los vinos de menos de 70 puntos aparecen muy infrecuentemente, la gama de posibilidades reales se reduce a sólo 30. Otro elemento siempre discutible de Parker es el apartado de los vinos "buenos", que sólo disponen de un abanico de 10 puntos para pasar de lo apenas correcto a lo casi excelso: Según The Wine Advocate : "un poco por encima de la media" [80-81], "un buen vino" [85-86] y "un vino muy bueno" [88-89].

Otras perspectivas

Por supuesto hay otras fórmulas no numéricas y variaciones. WineToday.com, por ejemplo, utiliza el método de estrellas y medias estrellas [0-5]; el Anuario de 'El País', el de racimos [0-4]; la revista inglesa 'Decanter', de cero a cinco estrellas, mientras otros optan por una calificación de más o menos "recomendable". Mientras las puntuaciones numéricas resultan fáciles para el público en general, los sistemas de Parker, Wine Spectator y compañía también tienen sus contrarios. Hace poco preguntaron a la reputada periodista británica Jancis Robinson su opinión de los sistemas numéricos y respondió: "Una pena, una pena. Dado que catar vinos es la actividad más subjetiva que la mayoría de la gente jamás encuentra, ¿porqué tomar el punto de vista de otro?" Otro escritor británico, Hugh Johnson, autor de la Pocket Encyclopedia of Wine y otros muchos libros sobre vino, es aun más tajante. Para Johnson, el sistema de los 100 puntos es una farsa, "basado en el extraño sistema escolar norteamericano, en el que 50 equivale a cero". Johnson, que emplea el método de 1-4 estrellas en sus libros, argumenta que "el gusto es demasiado variado, demasiado sutíl, demasiado evanescente y demasiado maravilloso para ser reducido a un juego pseudocientífico de números". Para rizar el rizo, el amigo Hugh nos ofrece (no sin cierta ironía) el sistema Johnson que permite medir el 'nivel' de un vino si a tí te apetece:

olfatear la copa una vez (puntuación mínima)
tomar un sorbo (el siguiente nivel)
dos sorbos = un mínimo de interés
media copa = un cierto titubeo
una copa = tolerancia, quizá aprobación
dos copas = te gusta (o no hay otra cosa para beber)
la botella entera = satisfacción total
dos botellas = un vino irresistible
una caja = un vino maravilloso
etcétera, hasta el máximo teórico posible del sistema ...
las ganas de beberse la producción completa de la viña


¿Objetivo o subjetivo?

La argumento principal de Brandt Lewis es que los sistemas numéricos actuales son "hedonistas y totalmente arbitrarios" y por tanto representan la cara opuesta de la objetividad académica ideado en UC Davis. Pero, como dijo Jancis Robinson, catar es una actividad subjetiva y hasta la 'ficha Davis' originaria deja lugar para apreciaciones en cosas como la 'calidad general'. Además, un poco más tarde, el propio Amerine publicó junto con Edward B. Roessler lo que hoy se llama la 'ficha Davis modificada', que deja algo más de margen para las apreciaciones del catador, aumentando el valor máximo de 'aroma y buqué' hasta los seis puntos y eliminando por completo el apartado de 'acidez volátil'.
Al fin y al cabo, las valoraciones de cualquier sistema deben ser simplemente una referencia, un punto de partida para el consumidor y aficionado al vino, que puede formar sus propias opiniones a continuación y valorarlo, como dice Hugh Johnson, "como a ti te gusta".

Fecha de publicación: 04.01.2001
www.elmundovino.com

lunes, 7 de abril de 2008


Un amigo llamado "Sho" me manda este ejemplo inequívoco de Contraetiqueta más versera que mi Tío.
Es del Vino "Telteca". ¡Gracias Sho!

Las Historias de Mary Jade - Casualidad 2

" Que la Tortilla se vuelva…"


Cuando me toca hacer cobranzas por el centro y termino entre la 1 y las 2 de la tarde, paro seguro a comer donde hacen la mejor tortilla recalentada de Buenos Aires.

Se llama Pichìn y està en la esquina de Avenida de Mayo y Piedras. Espacio apretado mesa contra mesa, ambiente ruidoso, jamones colgando del techo. Lo clàsico.

Busco siempre sentarme en la barra, no tanto para zafar los 2 mangos del cubierto, sino especialmente para poder mirar; ya sea por el espejo que va de pared a pared o – mejor – si logro el asiento que està en la punta, de frente a las mesas, junto al matafuego y las cajas apiladas de vaya baya a saberse qué.

Siempre pido una porciòn de tortilla y el muchacho que me atiende – gallego al fin – aunque me conoce me pregunta, también siempre: ¿“Caliente o frìa”? (me contaron que en España se come tortilla fría entre dos panes, como sánguche)
Le contesto lo primero y le regalo una sonrisa, pero se va sin mirarme porque ya sabe que no soy de las que entregan fácil. Vuelve con un individual de papel y me pregunta qué tomo.

Miro las mesas y es el reino de la comida conversada, el almuerzo sano pero suculento, el festival del Selecciòn Lòpez tinto. Pido uno chiquito, y pan. Cuando tengo necesidad de algo fresco, a veces acompaño la tortilla con una ensalada de zanahoria, y ahì tomo Sevenap, pues la “zana” me gusta con mucho vinagre!

Pero dije tortilla; volvamos a eso. La tortilla hecha en el momento es o bien lujo de los cultores del “slow food” o bien placer de sábado en casa de la abuela; tarda mucho en hacerse. A los laburantes nos quema el horario, y un lugar donde la tortilla sea recalentada rápido y bien , vale “horo” (“oro multiplicado por hora”).

A Pichín no hay que ir antes de las 12 (no todo està hecho) ni después de las 14:30 hs. (ya queda poco para elegir); a las 12:00, la tortilla vista de arriba es como una letra “O” del tamaño de una pizza. A las 12:30 tiene la forma de una “G”, a las 13:00 la de una “D” y a las 14:30 no està màs.

Pero vamos a la historia gruesa. Por casualidad, frente a mi, dos señores en la barra, a saber. Uno de 60 años, oficinista pero no jefe: saco antiguo pero no retro; corbata brillosa, pero de vieja.
El señor se pide un bife de costilla jugoso, un pan, un vaso de Selecciòn Lòpez BLANCO y hielo. Pellizca el pan, apura un sorbo, cuela dos tèmpanos y espera paciente; ¿acaso disfrutando de la vida?

El otro llega y pide un vaso del tinto de la casa (Toro Viejo) y soda.

Està vestido con ropa de trabajo grafa color azul y cualquier desprevenido pensarìa que no come porque no tiene hambre o no tiene plata: ninguna de las dos cosas. Yo a èstos los tengo junados y bien: este otro (cincuentòn, panzudo, del interior – Corrientes, Chaco…-) es seguramente encargado de un edificio cercano al que el mèdico le ganò 2 a cero al sentenciarle frente a su esposa colesterol e hipertensión; y ya almorzò en la casa, donde la susodicha lo tiene a Terma Cuyano y soda, bajo apercibimiento de expulsión.

Mientras almuerza, traga la pastillita y cuando termina el noticiero le dice a la esposa: “Salgo un ratito a hablar con los muchachos antes de la siesta”…, y viene al bar a tomarse su vinito prohibido y solo. O con desconocidos, que es lo mismo.
El portero apura entonces su sorbo, lo saborea y mete el primer chistido de soda al vaso.

Llega el bife, jugoso y rico. El Sr. de la corbata tiene todavìa màs de medio vaso de blanco cada vez màs frìo. Come sin apuro pero con ganas: un pedacito de churrasco, un mordisquito de pan, un sorbito de vino, y los ojitos le brillan cada vez que todo se junta en la boca.

El otro le habla del tiempo, del meteorito que cayó o de los muertos en accidentes viales, como si todo fuera lo mismo.

Los dos hacen su juego.
Un purista del maridaje cárnico se cortarìa las venas con un portaminas: “¡¡¡El bife de costilla se combina con Tinto !!!”, dirìa.

El Sr. Termina su bifecito y todavìa le queda un cuarto de vaso, blanco, helado, diluido.
A mi se me acabó la tortilla.

Lo mira al otro y vaso en mano le sigue la charla.

Y disfruta de la vida.

Mary